martes, 16 de octubre de 2007

De cuando el rancho va en la cabeza

Próximamente me gradúo. Después de tres años de esfuerzo constante, al fin me será conferido el titulo de técnico superior universitario. Y a pesar de que aspiro a más (sea dentro o fuera de Venezuela), aún así este logro me satisface plenamente. Y pensar que fue casi un accidente el hecho de haber estudiado una carrera de la que no conocía ni su existencia hasta que me vi asignado por el CNU. Pero a pesar de ello, hoy día me doy cuenta que lo disfruté bastante, y pienso seguir el rumbo de los recursos humanos como profesión a mayores niveles. En fin, mi satisfacción personal no es el caso que atañe para esta breve pero jugosa anécdota.

Parte de los preparativos para el acto protocolar de graduación han sido coordinados directamente por parte de la institución donde estudio así como también por la casa de eventos responsable de organizar el acto. Y uno de esos preparativos, precisamente, es un poco empapar al estudiantado de los pormenores que debemos considerar para ese gran día. Yo personalmente era de los que apoyaba la teoría de graduarse por secretaría, pero no considero justo negarme un gustazo de semejante calibre, que de satisfacción a mi y a los míos ante tanta mierda apestosa cotidiana, problemas y malas noticias.

Resulta que el protocolo de graduación, el acto en sí, fue brevemente explicado y ensayado con la participación de la misma masa estudiantil en vías de graduarse. Todo esto en un espacio bastante adaptado a los requerimientos del evento. En la mentada explicación, fue dado a entender claramente el carácter solemne y elegante, majestuoso y respetable de un acto de graduación. ¿Qué se nos quiso decir con esto? Alharacas, gritos, silbidos, pitos, matracas y cualquier expresión de marginalidad y mal gusto, serían causas suficientes para la paralización y hasta suspensión del acto. Esto entendido y muy bien recibido por el foro que asistió como publico-participantes ese día, aproximadamente unas 600 personas.

Aquí es donde agarra sustancia el relato, y entra la memoria del celebre y recordado Perucho con su serrucho, en la serie cómica de Venevisión “Cheverísimo”: PEEERO, que baile que nunca falta el condenado peero...

Someterse al escarnio publico puede ser una tarea inimaginablemente fácil, y mas cuando el lóbulo temporal izquierdo del cerebro se bloquea de tal manera, que no nos permite coordinar lo que decimos con la coherencia de la lógica y la razón humana. Es como cagarse encima simplemente porque el baño al que fuimos está ocupado. O como escupir la comida que nos disponemos a comer simplemente por que igual vamos a llenarla de saliva cuando esté en la boca.

Resulta ser, que aquella prohibición explicita hecha de antemano, de imponer un comportamiento decente, sobrio o mas bien acorde a la ocasión, al publico que ese día pueda ir a vernos: léase padres, madres, hijos, esposos, novios, amigos... gente que por respeto y cariño hacia su ser querido serían capaces de comprender que no es una fiesta sino un acto académico a lo que están asistiendo, y que un comportamiento indebido puede perjudicar el desenvolvimiento del mismo. Y es que lo más irónico es que se hable de imponer cuando esa debería ser una conducta natural y espontánea. Pero lamentablemente, esa es la naturaleza del venezolano. No digo que no se pueda joder y bochinchear, gritar y echar vaina, porque al fin y al cabo todo el mundo lo hace. El peo viene en que el venezolano no se sabe ubicar en el contexto, y es capaz de prender unas brasas y hacer una parrilla en plena funeraria si fuera el caso.

Pero me volví a desviar del punto: aquella prohibición, en la que básicamente se nos dijo: vistan a los monos de seda así sea por dos simples horas, hirió susceptibilidades. Tanto así, que una estudiante tuvo la osadía de pedir derecho de palabra para reclamar públicamente, notablemente exaltada, y ante las 600 y pico de personas que atónitos la escuchábamos, por su legítimo derecho a armar alharaca ‘pues no era justo que después de tanto tiempo para esto, obligaran a su familiares a estar como en el Teatro Teresa Carreño’ (palabras textuales). Además, seguro estoy que lo hizo pensando que tendría el apoyo de todo el lumpen de marginales maleducados que son los estudiantes del colegio (por que claro está, ella firmemente creía que todos somos como los de su especie de monos no evolucionados, en lo cual estuvo su garrafal error, y lo triste es que por minorías comemierdas como esta, califican a la totalidad de estudiantes de instituciones públicas y del estado como personas sin valores y profesionales de bajo calibre.)

Comprobado quedó que a veces, y como pueblo, hay que obligarnos a entender que esta población, o una muy buena mayoría, conserva el buen gusto y les gustan las cosas bien hechas, armoniosas y elegantes, solemnes y refinadas: ante la incitación al bochinche y por supuesto, a que pitáramos a las autoridades que hasta ese momento habían venido hablando, esta simia con pantalones se estrelló contra el muro mas grande con el que se ha encontrado en su corta vida, llena de discotecas, reggeton y anís cartujo. ¿El muro? Una pita descomunal y avasallante que hubiese hecho llorar al mismísimo Hugito Chávez, con la que obviamente, la gente rechazaba sus ideales marginales y su concepción de que un acto académico significa gritos y desorden por parte del publico asistente. Seguramente ella lo que quería era que sus familiares pusieran la célebre salsa “SI NO FUERAMOS VENÍO, NO NOS FUERAN AGARRAO” al momento de ella buscar su ahora dudoso título, mientras sus panitas celebraban con medios litros de sangría ‘Don Julian’ y gritaban improperios a todo plumón.

Esta muchacha comprobó con una prueba de estupidez y marginalidad irrefutable, que el rancho, se lleva en la cabeza.

1 comentario:

Unknown dijo...

jeje, yo creo que yo no tengo un rancho en la cabeza pero en mi graduación los estudiantes hicimos ruido, cosa que me quedo claro que es de chusma cuando mi abuela me lo dijo: "hijo pero que chusma se ve ese griterio esto es una graduación comportence". Bueno esas fueron mis dos horas de chusma. que horrible