miércoles, 21 de marzo de 2012

Review: El Brujo en Buenos Aires viteh

A mi me luce mas que a Arturo Uslar abrir cualquiera de mis artículos con la famosa frase: "Buenas noches, mis amigos invisibles", ¿por qué? a estas alturas no se si me quedan lectores. O si quizá por el contrario me siguen leyendo con constancia quienes han tenido la desventura de caer en este blog, pero en fín, desvié el tema sin siquiera comenzarlo.

Lo que me trae aquí esta noche es, como bien lo prometí en la última oportunidad en que escribí por aquí, relatar que tal había sido la "experiencia" en tierras argentinas. Pues, la palabra "increible" abarca muy poco de lo que quisiera sintetizar.

Increible por varias razones: fué un viaje extremadamente corto, en el que me había prometido "no dormir", factor este que pasó de ser una chanza a una realidad que muy bien valió la pena. (En cuatro días, solamente dormí un aproximado de 14 horas, eso siendo optimista. Al fin le tengo que agradecer algo a la nocturnidad que se apoderó de mi ya hace unos cuantos años).

El viaje de ida, una completa mierda. Me reservo mencionar el nombre de la Aerolinea en cuestión por simple ética, pero no de enviarles un mensaje muy valedero: en un viaje de 7 horas, lo mas lógico es que las sillas puedan reclinarse al menos 45 grados, soretes de mierda. El dolor de espalda llegando al Aeropuerto en verdad era algo tedioso, pero a Dios gracias pasajero.


Lo primero que le llama la atención a un primerizo en cuanto a viajes internacionales, es lo retrógrado y burdo que es nuestro sistema de inmigración. En Argentina, ni en Colombia, ni en la misma Perú (estos últimos fueron esclas cortas), pude observar un sistema tan simiesco y vejatorio de la privacidad personal como lo  hay aquí. Al menos en ninguno de esos paises debí llenar una planilla rompedora de cojones en las que debo declarar hasta lo que me provocó comprarme como souvenir, y no tuve que quitarme los zapatos ante los funcionarios de dicho país. En fín...

A nuestra llegada fuimos recibidos por un ahora grandísimo camarada argentino, tanto de mi persona como del amigo que me acompañó, cuya única responsabilidad era arrendarnos y trasladarnos hasta el apartamento donde pernoctaríamos y guardaríamos nuestras cosas, pero que desde el principio de nuestra estadía hasta el mismísimo final, se convirtió en el mejor guía turistico que pudimos conseguir.(Infinitamente agradecidos, "Chilo"!). Gracias a él, conocímos lo que muchas personas que pasan hasta dos semanas en Buenos Aires no logran conocer.

Llegamos en pleno verano, así que el calor era de la reputísima madre en todos lados y a toda hora.

Buenos Aires es una ciudad cosmopolita, clásica y a su vez moderna, que de manera pasmante logra combinar atractivamente y en un binomio perfecto, la ecología con el desarrollo urbanístico. Es una ciudad verdaderamente pensada para los seres humanos: zonas, parques, áreas verdes y espacios públicos cada tres cuadras, avenidas de hasta doce canales que aniquilan cualquier posibilidad de congestionamiento vehicular (aun cuando hablamos de una densidad poblacional que supera por tres o por cuatro a la población de Caracas), un impecable y astutamente pensado sistema de transporte público centralizado que cubre la totalidad de las rutas de la enorme urbe, canales exclusivos para los ciclistas, masiva presencia policial (que en las noches ves bostezando en las esquinas), supermercados VACÍOS y totalmente abastecidos, infinidad de pequeños comercios... No conozco Europa, pero estoy seguro de que lo visto allí, por mucho se acerca.

Algo que estoy seguro muchos turistas no hacen, es quitarse el traje de turista, para salir a caminar y conocer la ciudad como un ciudadano mas. Nosotros lo hicimos: en primera instancia caminamos no por las zonas que ofrecen los mayores atractivos turísticos, sino que decidimos meternos a pié y sin saber en las zonas comerciales de Buenos Aires (un equivalente a decir el centro de Caracas), sólo para encontrarnos con una realidad muy incongruente a lo que tiende a pensarse sobre los argentinos: son gente muy cálida, cordial, amable, dispuesta a orientarte cuando lo necesites... Es un pueblo que a pesar de poder ser calificado de "frío" en sus tratos interpersonales, pone en práctica aquello de la cordialidad, visto desde su ángulo correcto y sin caer en lo "confianzudos" que podemos llegar a ser los venezolanos. En toda mi estadía, un sólo pendejo me rompió las pelotas; ¿algo que acotar sobre él? Si, era un policía (son iguales de zoquetes aquí, en Argentina y hasta en la china.



Me alegró mucho ser parte de la curiosidad que despertamos los venezolanos en aquellas latitudes: muchas personas nos abordaron fuera por el tema de la Vinotinto de futbol (creanme, tienen muy presente que les ganamos en la Eliminatoria) o, por supuesto, por Hugo Chávez (¿se salva o no se salva?). Inclusive pedir "picante" para acompañar las empanadas, era motivo de una conversación de hasta media hora.

En realidad no logro recordar la última vez que tomé un taxi a las 3 de la mañana sin que el taxista vigilara todos mis movimientos por el retrovisor y, que de paso, buscara conversación y mas sorprendente aún, que la conversación fuese inteligente y amena. En Argentina me pasó dos o tres veces, en tres días.

Cercanías de "La Bombonera", estadio del Boca Juniors

Lo que foráneamente se infiere, se constata fehacientemente una vez que observas y vives la idiosincrasia del argentino: el futbol allá no es un deporte, es una religión. Sorprende el hecho de que en las radios locales, una de cada tres noticias está relacionada con las ligas de futbol local. Comparar este fenómeno con el interés que despierta el beisbol en nosotros es un insulto. Es marzo, y ¿cuantos de nosotros sabemos las modificaciones en los equipos a los que les vamos? El argentino vive el futbol como un fenómeno 24x7x12.

A la derecha de Evita, Maradona.

El mayor choque mental que tanto mi pana como yo nos llevamos, no reside precisamente en ninguno de los puntos antes descritos, no. Luego del "recital" de Waters (sobre el que hablaré a continuación), y ya siendo las 12 de la medianoche, la mayor cachetada socio-cultural nos estaba por venir: la vida nocturna de Buenos Aires parece no tener fin aparente. En realidad, no recuerdo la última vez que vi a tanta gente, en su mayoría jovenes en un rango de edad de entre los 18-30 años, pasearse de forma tan normal y despreocupada por las avenidas de una ciudad. Eran las 4 a.m., y parecía que las rumbas en la incontable cantidad de locales nocturnos apenas estaban comenzando. Me dió envidia, muchísima envidia, sobre todo por verme obligado a vivir en un cuartel gigantesco en el que luego de las 8 de la noche, no tienes ninguna garantía de sobrevivir.

En temas como seguridad ciudadana, cultura, esparcimiento, calidad de vida y un largo etcetera, lo que aquí es la excepción, allá es la regla. Y visceversa.

No me quiero ir por la tangente política, no quiero arruinarme la experiencia, pasemos a Waters.

La entrada al Monumental de River marcó hito en lo que a mis experiencias de conciertos se refiere: no hubo revisión, y contrario de lo que se ve aquí, la presencia de efectivos de seguridad y policías, era mínima. Madurez social, así lo denomino yo.

El comportamiento del público, intachable, no extrañé ver las "divertidas" guerras de basura que se han vuelto costumbre en nuestros espectaculos, sean musicales, deportivos...

Llegada las 9 de la noche del 9 de marzo, nada estaba destinado a ser igual.



No me quivoco al aseverar que este ha sido el concierto mas cargado al que he podido ir: cargado en cuanto a contenido simbólico, ideológico, afectivo, introspectivo, reflexivo. La propuesta de Waters para esta gira puede parecer hasta arriesgada, ya que no tuvo ningún tipo de reservas ni reparos para escupir en la cara tanto a grandes corporaciones, sistemas económicos y sociales, como a la desbordada cultura de guerra e inclusive dogmas de fé (contra los que atenta durante todo el show).

Tampoco me equivoco, y lo puedo decir con toda confianza, que ha sido el mejor concierto que he asistido jamás, sin alabar tanto lo que fué la ejecución musical (porque inclusive, hubo cierto playback), sino por la magistral combinación teatral, musical y repito y hago énfasis, IDEOLÓGICA que Waters adecuó para esta gira (probablemente su última). 

El sonido cuadrafónico, mezclado con la imponente pantalla de mas de 200 metros, en combinación con una luna llena que se posó a ver el concierto con nosotros, hizo de este un concierto cargado de misticismo, de una energía que se podía cortar en el ambiente.

Demás esta decir que para un floymaniaco como yo, las emociones estuvieron siempre a flor de piel, de principio a fin, sobre todo en puntos álgidos de la presentación: canciones tales como Mother, Goodbye Blue Sky, Don't leave me now, Vera (una de las emotivas de la noche) y Hey You, lograron erizarme hasta el último vello de la nuca, llegando el climax de toda la presentación, por supuesto y como no podía ser de otra forma, con Comfortably Numb, en donde las emociones se me confundieron en un espiral y las lágrimas comenzaron a salir por si mismas. Un honor poder contar a mis hijos y nietos que escuché esta canción en boca de uno de los Floyd.

Roger Waters estuvo jugando con nuestros cerebros por poco mas de dos horas y media.

Huelga decir que a partir de ese día, escuchar The Wall para mi no significa lo mismo, es recrear por completo la experiencia en mi mente, tal y como si lo estuviera viendo de nuevo. Dificil olvidar cada detalle.

Pigs have flown. Roger Waters in front of me.

Y ya, que mas puedo decir, conocí una espectacular ciudad, para ver el mejor show de mi vida. En esto se resume todo.

¿Para concluir? Hmmmm...

Dificil cerrar este post, sobre todo porque las conclusiones sobre este viaje aún se formulan en mi mente, como si la aventura aún no hubiese terminado. Lo único que puedo hacer es permitirme recomendarles que conozcan Buenos Aires si aún no lo han hecho, y si lo tienen en mente, no lo piensen dos veces, y si no tenían ni la idea en la cabeza, pues formúlensela: es una experiencia que por años va a perdurar como una gran anecdota y, como en mi caso, no les van a faltar ganas de volver.